Llegué aquí un día que quedé bajo la mesa por culpa de alguna pega atrapatiempo. Cuando a eso de las cinco me retorció el hambre, busqué un rato y muy poco había donde alimentarse. Decidí cocinarme en la casa. Pero a una cuadra de llegar, casi en la esquina de Carmen con Marín, se me cruzó un grupo comandado por una mujer que decía algo mas o menos así: «¡Oe, la cagó pa barato!» y otro dijo: ¿Cuánta propina le diste?. ¡Le pasé hasta los calzones!, remató ella. Entre el hambre y la envidia, vi sus rostros extasiados de satisfacción. Viré hacia el local, pasé por el patio delantero, saludé a un señor con delantal rojo que me pasó la carta. Vi que al costado de la puerta principal una mesera borraba el menú del día puesto en una pizarra. Lasaña, ensalada surtida, pan, pebre, jugo y postre; todo por tres mil pesos. Algo de celos sentí por quienes supieron llegar a tiempo a tal merienda. Pero cuando volví la vista hacia la carta, comprendí que el festín aún era posible. Empanadas de campo desde 700 pesos. Sanguchés, pollos y carnes con agregado. ¿Ya, qué más?. Entradas de mariscos a la parmesana, chupes, ensaladas cesar, mixtas, camarones apanados. ¡A tres mil quinientos el ceviche mixto!¡A setescientos la empanada de campo! Me senté miércale y en seguida llegó una simpática mujer que me dejó en evidencia al llevarme una canasta llena de pan, un pocillo con pebre, otro de mantequilla y todo lo demás. Le pedí eso: ceviche y una empanada de queso. Antes de que llegará el pedido, ella ya me llevó otra canasta con pan. ¡Qué alegría mais grande! El ceviche llegó con lechugas, papas, choclo, pimentón, camarones ecuatorianos, almejas, machas, salmón, reineta, mucho limón, pimienta y sal. La empanada con harto relleno. ¡Luego de este gusto comencé a recomendarlo y a llevar gente a comer! Es de esos lugares que te gusta recomendar después. Eso si que a la hora de almuerzo a veces hay que esperar mesas. Una verdadera picada. Platos fulminantes, ambiente familiar y precios justos. ¿Qué mejor?