Un lugar por el que no pasa el tiempo. O todo lo contrario, por el que puedes ver el paso del tiempo. Local grande, decorado con radios y teléfonos antiguos. Con fotos de zonas turísticas de Roma antes de la guerra, para que puedas comprobar que el tiempo pasa para bien o para mal, según se mire. No me fijé en su horario comercial, pero fue el único sitio que encontramos abierto bien pronto, un domingo cualquiera de agosto. Bueno, tampoco era tan pronto las 9:30, así que el café había que tomárselo sí o sí y ya llevábamos un rato andando y buscando algo abierto, así que nada más comprobar que estaba abierto, entramos de cabeza. Pese a que el recibimiento inicial no fue para echar cohetes, la dueña acabó contándonos o indicándonos cada una de las fotos a qué lugar pertenecía, por si no éramos capaces de reconocerlos. Y aunque ofrecen dulces y bocadillos que tenían muy buena pinta, por lo temprano de la hora nos decidimos por nuestros habituales dos espressi y un capuccino. El precio en barra resultó ser el habitual: 2’80 €. Solo por ver la decoración, vale la pena volver a entrar.