Este pequeño establecimiento se encuentra en una calle algo escondida para un turista. Es por eso que lo conocimos por recomendación de nuestro guía ese día, Ciro, que nos aseguró un verdadero festín de comida casera. El local lo lleva Edo, buen amigo de Ciro, que desde que llegamos nos trató estupendamente. Preparó una mesa para todos y se puso manos a la obra en la cocina. Empezaron sacándonos unas botellas bien frías de Peroni, que con el calor que hacía fue como si un haz de luz nos iluminara mientras sonaban trompetas celestiales. Es una pena que esta cerveza no se importe, aunque es muy parecida a la Mahou. Para ir abriendo boca un poco de embutido italiano y aceitunas aliñadas. Después de eso empezó la artillería: Unos spaghetti carbonara buenos, buenos, buenos, de los de verdad; Unos canelones de carne con una salsa de tomate que hicieron escapar lágrimas de felicidad; Milanesas de pollo con berenjena y de postre unos crêpes de Nutella y chocolate blanco. Tremendo. A esas alturas a penas nos podíamos mover, pues los platos tenían buen tamaño y trajeron uno para cada uno de todo lo que salía de cocina. Sólo quedaba un pequeño hueco para el café y el limoncello. Para rematar nos trajeron«il conto». Unos 20 € por cabeza para un menú alternativo a la pizza y el ragú, 100% napolitano y compuesto de entrante, tres platos, postre, café y bebidas. Fantástico.