Cuando era pequeña, lo más lejos que mi madre me dejaba ir sola, era al zapatero para recoger los zapatos de mi padre. Para mí suponía una gran aventura el poder cruzar yo sola, un par de calles y llegar a una tienda donde siempre olía a cuero. Es curioso ver que todavía, y a pesar de las múltiples franquicias de reparación de zapatos y dudoso tanto el precio como la calidad, existan tiendas regentadas por personas que hacen de la reparación de zapatos su oficio y profesión. ¡Y afortunadamente mejor que las franquicias y con el doble de simpatía! En mi caso, al empezar a vivir en mi barrio, me pasó lo mismo que supongo, a muchos otros: caí en la trampa de esas franquicias que ponían suelas a precios exagerados y de los que te enteras cuando tienes que pagar. Afortunadamente, descubrí una pequeña planta baja, con un simple letrero de «Reparación de calzado y cremalleras» y en la que un chico joven mimaba los zapatos que caían en sus manos, cual preciado tesoro, tal como le enseñó su padre, hasta el punto de devolvértelos como si fueran nuevos y los tuvieras que estrenar de lo brillantes que estaban. ¡Y a un precio inferior al de la competencia! Y no solo me ha arreglado zapatos o botas a los que el uso cotidiano había desgastado por un precio razonable de 6 €. También la mochila de mi hijo, cuya cremallera decidía abrirse en lugar de cerrar y que ya la daba por perdida, por unos simples 3 € me la arregló cambiando simplemente el cierre de la cremallera. ¡Qué rápida y barata fue la solución! ¡Y yo que pensaba tener que cambiar toda la cremallera y tener que desembolsar más dinero! ¡O peor aún: cambiar la mochila! Ahora lo tengo claro, si necesito cambiarles las herraduras a mis zapatos, si tengo dudas sobre cremalleras que no funcionan, o si busco cinturones de calidad, que también vende, este sitio es el único al que pienso acudir.