Carmen Japón

Esta tienda me recuerda mucho a la madre de una amiga mía del pueblo. Es costurera y está todo el día en el garaje de su casa cosiendo (qué cosas…). Vende los vestidos de flamenca (y los de otro tipo, claro) además de los arreglos que hace. Y cuando llega la feria cuelga algunos de los que ya tiene hechos por allí para que los vean las clientas (y los que tiene empezados de las muchachas para las fiestas).
Pues esto es más o menos lo mismo, solo que en forma de tienda y en Sevilla. Y sin ser la madre de mi amiga, claro.
Esta señora tiene la tienda puesta, pero como si fuera el salón de su casa. Está ella allí tranquilamente cosiendo, y el que quiera que entre, mire y pregunte.
Además de trajes de flamenca tiene otras prendas de señora. Sí, de señora. Digamos que la talla 38 no entra en ese lugar, entre otras cosas.
En mi opinión, está muy bien que siga habiendo tiendas así, con personalidad. Y que vendan ropa con personalidad también. Personalidad de señora.

Después de años sin comprarme ninguno, hace un par de primaveras decidí renovar mi vestuario para la feria y estrenar un nuevo traje de gitana. Así que cogí a mi «mare» del brazo y muy dispuestas íbamos para el centro a ver quién era el afortunado que me sacaba los cuartos…
Pero casi no habíamos salido de la barriada cuando vemos en el escaparate de una tiendecita en la que prácticamente no había reparado jamás, ¡un vestido la mar de bonito! Para dentro del tirón.
Nos encontramos con un local pequeño con una señora cosiendo y medio viendo un pequeño televisor, y una percha llena de vestidos que empiezo a mirar. Este es bonito…, este es precioso…, este es muy chulo… ¿Me pruebo? Po zi. Y me meto en el probador y venga trajes…, ¿pero si casi todos me quedan perfectos de talla? Jolín, parece que están hechos para mí. Y estoy indecisa…, hasta que a mi madre le da por preguntarle a la señora si no tenía más como el del escaparate y la buena mujer me dice que no, pero que me da ese. Allá que me lo pruebo yo y tátachammm, ¡perfecto!
Pero ahí no queda la alegría, sino que empieza a decirnos los precios y casi ninguno supera los 200 euros, ¡qué alboroto!
-¿Me llevo dos, mamá? –habla la sinrazón.
–Pero ¿tú estás loca?, anda y no gastes tanto… –responde la cordura.
Y me decido por el rojo estampado y así que salgo yo, en menos de una hora, con mi nuevo traje de flamenca, sin habernos movido de la calle…
Jamás hubiera pensado encontrar un vestido tan bonito en esa tiendecita, que parece más bien medio mercería… Pero te aseguro que tiene cosas preciosas y que merece la pena que te des un voltio y te dejes sorprender.

Un amigo mío define esta tienda como «la de los vestidos raros». Le impacta, por lo visto, que en la misma tienda se mezclen vestidos de un corte más convencional con otros que parecen de desigual.
Pero más le sorprendería si se hubiera decidido a entrar, como yo, y hubiera visto a esa señora tan entrañable cosiendo en su salita-​taller-​tienda. Allí, los vestidos que tiene terminados (algunos de flamenca, otros no), aquí los que aún está haciendo. Y la señora echa ahí el día.
Cuando entré me miró, me sonrió, y asintió a mi «Voy a echar un vistazo». No me dieron ganas de llevarme ningún vestido, sino de quedarme allí con la señora, todo ternura, a hacerle compañía.