Esta es una de esas historias de los tiempos modernos que solo otras personas con trastorno obsesivo-compulsivo podrán entender. Resulta que mañana empiezo mis vacaciones y tengo la sensación de que voy a caminar un montón; como no tengo calzado adecuado para caminar un montón, busqué en Internet comparativas y encontré las que me gustaban; entonces entré en la página de la empresa que las fabrica y localicé la zapatería más cercana a mi casa que los sirviera y allí me he presentado, los he encontrado, los he comprado y los llevo puestos. Chúpâté esa, siglo XXI. Lo peor del asunto es que esta es una de esas zapaterías del eje Carretas-Montera en las que, en condiciones normales, no me habrían cogido con vida y, sin embargo, he sido atendido por una persona encantadora que no se ha limitado solo a venderme el producto, sino que me ha indicado hasta el programa de la lavadora para limpiarlas y las mejores prácticas para su uso, así que he salido de allí más contento que unas castañuelas o, como podríamos decir si fuéramos de una generación anterior, como un niño con zapatos nuevos. Vivir para ver.