Buscaba una peluquería barata que me hiciera un rápido corte del pelo, sin más historias. Paseaba por Bravo Murillo un poco desorientado porque no conocía el barrio. Además, siempre me resulta un poco embarazoso que una persona desconocida me corte el pelo. Pero había que hacerlo, y había que encontrar el lugar adecuado primero. Cuando faltaba poco para metro estrecho, miré a la izquierda por la calle Navarra y vi los caracteres orientales del escaparate. ¿Un chino peluquería? El precio era el que esperarías de un chino y la limpieza que aparentaba me convenció. El lugar es muy amplio y al entrar, desde el fondo del vacío local, un chino muy moderno me recibió a voces, con alegría. No entendí bien lo que dijo, y esperé mientras él terminaba con otra clienta. A los diez minutos me sentó y en cosa de unos sesenta segundos me hizo el corte que alcancé a comunicarle, sin tonterías y sin conversaciones que no van a ningún lado. Le pagué los seis euros y, sin más historias, me fui feliz por Bravo Murillo de vuelta a casa. Justo lo que yo quería.