Lo primero que llama la atención es el nombre, Chupa ovos, que como imaginaréis significa chupa huevos. No tenía claro si era una acción de marketing innovadora o se trataba de algún chascarrillo del dueño. Al parecer antes de construirse el restaurante había un perro en el pueblo que pertenecía a un pescador. Se pasaba la mayor parte del tiempo vagando por los pequeños gallineros y se llevaba a la boca todos los huevos que encontraba. Como la dueña del restaurante le tenía cariño puso este peculiar nombre. Pero más allá del nombre, en este lugar se come. Se come muy bien. Y el precio me pareció estupendo. Está casi siempre lleno y tras algún intento anterior fallido por no querer esperar, llegamos justito para ocupar una mesa que acababa de quedarse libre. El local no llama la atención. Fachada discreta, barra a la entrada, pintura estucada y veintitantas mesas. La atención es muy buena. Tenían al menos tres camareros en sala y los tiempos eran mínimos. Tras hacer a nuestro camarero algunas preguntas sobre la carta y escuchar las recomendaciones cogimos carrerilla y empezamos a pedir. Mejillones a la vinagreta. Perfectos, la vinagreta fuerte y muy rica; Pulpo a feira. En su punto de cocción, ni duro ni blando. Con su buen aceite virgen extra y su pimentón picante; Pollo adjamelado. Se trata de trozos de pollo servido frio con una especie de escabeche muy suave; Zorza. Cerdo especiado, recuerda al pincho moruno con la ventaja de que es jugoso y no tan seco y servido con arroz; Calamares chupa ovos. Calamares en salsa que piden a gritos mojar pan. No contentos con haber conseguido llevar al límite las costuras del pantalón nos tentación con los postres. Y a pesar de que todos eran caseros y con una pinta estupenda y haciendo un gran esfuerzo, cinco minutos más tarde estábamos engullendo una tarta de café y moka, una de tres chocolates y un yogur natural con mango. Café, cuenta y dar gracias a Dios porque el camino hacia el coche era cuesta abajo y podíamos llegar rodando sin esfuerzo.