Aunque sabía de su existencia, nunca había entrado en uno de los bares Lizarrán. Y la experiencia fue genial! Para empezar, me quedé muy sorprendida con el sistema –que no sé si será igual en todos los Lizarrán-. Tu llegas, coges una mesita, te acercas a la barra y tú mism@ te sirves los pinchos –que están expuestos tras unas vitrinas con tapita de cristal– que quieres en un plato. ¡Así de fácil! Además, teniendo en cuenta lo escrupulosa que soy, al principio me provocó cierto rechazo(¿decenas de personas metemos la mano en el mismo sitio? ¿Pero esto qué es?). Pero había una camarera simpatíquisima vigilando que todo fuera limpio y en orden, sí que guay. Una vez servidos, lo que teníamos que hacer era comer los pinchos, y dejar los palillos en el plato para que luego nos cobraran. Los pinchos de palillo corto, un euro. Los de palillo largo, un euro y medio. Los pinchos no eran nada espectacular, pero estaban buenísimos, y mira, mejor comer bien que entretenerse con moderneces. Además, cada ratito sonaba una campana que anunciaba que sacaban pinchos recién hechos y calentitos que los camareros ofrecían de mesa en mesa. Por si no era suficiente, también podías pedir raciones. Nosotros pedimos una de rabas, que nos salió un poco cara, pero era muy abundante y estaba de rechupete! El caso es que terminamos muy contentos con el sitio, por su sencillez, por lo barato que nos resultó, por la amabilidad de los camareros y por lo ricos que estaban los pinchos. Volveremos seguro ;)