No se necesita mucha ciencia para darse cuenta de que este lugar está dedicado a los niños, pero no sólo porque el nombre lo especifique, sino porque desde la entrada se nota con los colores vivos y los simpáticos carteles de la fachada. Curiosamente yo fui una niña del Centro Odontológico Infantil. Sí, ya llovió y relampagueó, pero desde entonces manejaban la filosofía que aún conservan para desmitificar aquello de que ir al dentista es un suplicio. Rompen el hielo con los niños para relajarlos y hacerlos sentir cómodos. Sólo hasta que los valoran se les explica de manera clara y a su tamaño el posible procedimiento, lo mismo que a los padres para que, en todo caso, aprueben el presupuesto. Sumado a esto ahora cuentan con tecnología y procedimientos mucho más avanzados que en mi época y aún así sobreviví. Así que nada de temerle al dentista, empezando con el ejemplo de los papás.