No es confiar, sino dejarse ir. No es creer, sino sentirlo. En lo personal, quizá sea ritual, adicción o algún resabio adolescente, me gusta pedir un taco en la mayoría de los puestos de la calle. No sé a qué se deba… tal vez porque pienso que lavan los alimentos, los platos y los vasos con agua de lluvia o de las bellas escorrentías. La ligereza en cuestiones de uniforme laboral, tales como la falta de red en el cabello, y sus consecuencias: ¡Hay un pelo en mi sopa! El trato no es necesariamente amable, servicial como un acostumbra en negocios o empresas. Es distinto; íntimo, por lo que es indescriptible, sujeto a la experiencia de uno. Supera el miedo y lánzate al vacío de la comida en camellones, en esquinas, en la calle. No te vas a arrepentir; probablemente si tu estómago es débil, necesitarás de un baño en las cercanías.