«El Ogro», buen nombre para un bar, pienso. Solía ir cada fin de semana cuando era más joven: recuerdo los banquitos incómodos, el encierro, la comida grasienta y la rocola ensordecedora. Parecía divertido porque el ambiente suele ser relajado, sencillo, lejos de tonteras lujosos. Asisten médicos de La Salle, trabajadores de las oficinas circundantes y jóvenes de las colonias populares aledañas; es complicado encontrar bronca o pedantez en el lugar, los meseros y meseras son muy agradables y el dueño, cuando se pasa de copas, invita alguna ronda si le caes bien. Eso si, se chutan todos los partidos de futbol y cada semana parecen subir el precio de las canciones en la rocola; aunque los viernes y sábados aparece de la nada un trovador y ameniza la noche. Es un lugar muy limpio, grato para pasar una noche cada dos o tres meses.