Este lugar es una reliquia que resiste el paso del tiempo. Si uno lo ve desde afuera, todo desarreglado, con los carteles semi derruidos, parecería como si el dueño no quisiera que entre nadie. Y capaz que sea verdad, por afuera no tiene demasiado atractivo, edificio feo, carteles viejo… pero por adentro es una joyita, cómo si el tiempo se hubiera detenido, y aparte, en contraposición a lo que escribí antes, el dueño es un andaluz barbudo que te antiende con buena onda. Adentro está todo tal cual hubiera estado hace varias décadas, pero a la vez está mantenido y limpio, no hay mugre, no hay humedad, no hay nada que se venga abajo. El dueño es el mismo que atiende en la barra, hace de mozo y prepara los sanguches mientras luce su guardapolvos. El café es riquísimo y si pedís un sanguche el tipo te corta el fiambre con la fiambrera que tiene arriba de la barra. Dato de color: El interior de este bar aparece en la película Dias de Mayo, del director rosarino Gustavo Postiglione, en una escena mientras algunos militantes políticos discuten en una mesa del bar, por el fondo, detrás de las persianas americanas, avanza un tanque de guerra que viene a reprimir la revuelta conocida como Rosariazo. Es una escena memorable que cualquier rosarino está obligado a ver.
Magalí S.
Place rating: 5 Rosario, Argentina
Rosario es cuna de la bandera, pero mucho también tiene para poder estar incluida dentro de las ciudades a catalogar como«cuna de ciertos tradicionalismos». Para muestra bastaría que conozcan un bar ubicado frente a las vías del Cruce Alberdi, en la ochava que forman las calles San Nicolás y Salta… aunque ahí ya cambia de nombre esta última y pasa a llamarse Avenida Bordabehere. El bar en cuestión, se llama El Rosarino, y aclara en su añejado cartel, el cual carece de varios de los pedazos que originalmente formaban una publicidad en su frente, que es «De Castaño Hermanos», lejos ya de sus orígenes, mantiene la semblante deteriorada por el paso del tiempo sin ningún cambio: ni en su exterior, ni en su interior, en donde pueden verse las viejas sillas, soportando a los clientes de este viejo bodegón. Una especie de tugurio en donde los fantasmas de la naranja Crush parecen cantar por las noches. Persianas antiguas, cortinas como si las moscas temieran pasar al bar por su presencia y la veta senil atravesando todas sus paredes. Mientras vos esperás que el mozo del lugar, rejilla en hombro mediante, te pregunte con voz de macho del abasto: ¿Qué vas a tomar, piba?”